Panamá tendrá cannabis medicinal legal, pero el proyecto de cáñamo se estanca

Ya en octubre de 2019, la diputada Kayra Harding presentó un proyecto de ley (Proyecto de Ley Nº 323) para promover el desarrollo de la industria del cáñamo en Panamá. El proyecto de ley establecería un régimen de licencias para el cultivo y procesamiento de cáñamo. El cáñamo se define como el cannabis cuyo contenido de THC no supera el 1,5% en peso seco. Sin embargo, el examen legislativo del proyecto de ley ha sido lento.

El pasado mes de octubre, representantes del Gobierno y del Legislativo acordaron crear una subcomisión para "enriquecer" el proyecto de ley. Según el comentarista Rafael Carles, detrás de los retrasos está la ignorancia sobre el cáñamo y sus diferencias con la marihuana. Al mismo tiempo, en la ciudadanía panameña existe la preocupación de que el desarrollo de la industria del cáñamo sólo favorezca a poderosos intereses empresariales. Estas dos explicaciones no se excluyen mutuamente, como demuestra este comentario de un lector en una columna reciente de Carles:

"¡Cuidado con Panamá! Ahora los empresarios quieren sacar provecho de tus vicios, ya no es sólo con el alcohol y la cerveza. Ahora es con las drogas, pero con otro nombre, llamando cáñamo a la planta de marihuana".

No ayuda que la legalización del cannabis medicinal en Panamá se haya visto empañada por acusaciones de corrupción. Según un informe, la empresa canadiense Canna Med Panamá, SA "no sólo estuvo atenta a los debates en la Asamblea Nacional para aprobar el proyecto de ley 153, que busca regular el uso del cannabis medicinal, sino que patrocinó un viaje a Luisiana de cinco funcionarios, algunos claves en la toma de decisiones sobre el futuro negocio del uso del cannabis con fines medicinales."

El proyecto de ley 153 fue aprobado el pasado agosto por la Asamblea Nacional y está pendiente de la firma del presidente del país. La nueva legislación establece cuatro categorías de licencias: importación de derivados del cannabis, producción de derivados del cannabis, cultivo e investigación. En el caso de los solicitantes de licencias que sean personas físicas, la nueva ley les exige que proporcionen su nacionalidad, lo que lógicamente sugiere que se pueden conceder licencias a ciudadanos extranjeros; el proyecto de ley no dice nada sobre si se requiere la residencia panameña. En cuanto a las personas jurídicas, el proyecto de ley requiere que proporcionen su información de Registro Público, sin aclarar si esto incluye información análoga, como la de un registro de la Secretaría de Estado en los Estados Unidos (aunque nos arriesgaremos a sugerir que no es tan difícil abrir una filial en Panamá). Los reglamentos que se publiquen después de que el proyecto de ley se convierta en ley pueden proporcionar aclaraciones adicionales.

Una vez que el proyecto se convierta en ley, Panamá se encontrará en una situación un tanto extraña: Tendrá un régimen legal para el cannabis medicinal, pero no para el cáñamo. Esperemos que la situación pueda rectificarse pronto, con la aprobación del proyecto de ley 323.

Por ahora, hay una lección clave para los defensores del cannabis en toda América Latina y otros mercados emergentes. En regiones con profundas desigualdades, los programas de concesión de licencias pueden ser vistos como un regalo para poderosos intereses, si no se enmarcan y explican adecuadamente. Como en todas las demás áreas de la gobernanza, la transparencia es clave. Además, los esfuerzos de legalización del cannabis pueden obtener un apoyo más amplio si se ven como vehículos de oportunidades económicas para los ciudadanos de a pie. Las disposiciones que garanticen que una parte de los beneficios cosechados se destina a los más necesitados pueden ayudar.

En este sentido, las empresas de cannabis, especialmente las extranjeras, deben tener cuidado a la hora de implicarse en la política local. Las reacciones contra la corrupción percibida pueden desbaratar iniciativas por lo demás positivas y alimentar el resentimiento contra los partidos participantes.